Érase el siglo XIX:
con el nombre de Joan Serra
se conoce un bandolero,
para todos el “La Pera”.
Le gustaba la sangre
y el ciprés aún recuerda
los gritos que allí han pedido
¡piedad, piedad!
“No me matéis:
que tengo dos hijos y esposa.
Os daré todo mi dinero,
pero no me clavéis esa daga.
¡No me matéis,
os lo pido por mi madre!
“Rezad el último Creo en Dios.”
“!Piedad, piedad!”.
Por la mañana siguiente
ante la Virgen del Carmen
de rodillas está orando
y de dos cirios enciende la llama.
Pero otra vez surge del bosque
un gemido que el viento extiende
y el verdugo no escuchará,
“!Piedad, piedad!”.
Mas Joan Serra
hoy te ha fallado la suerte
dos soldados te han prendido
y ahora estás entre barrotes.
Al día siguiente, de madrugada,
ve la horca preparada.
El “La Pera” lanza un grito.
Es la última plegaria.
“Cuando ya esté bien muerto,
colgado de la alta horca,
y desfallezca mi cuerpo
y me pongáis en la fosa
que alguien rece una plegaria
ante la Virgen del Carmen.
Y que dos cirios tengan llama.”
Nadie lo hizo...
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